Mi amigo Martillo

Cuando estaba por arrancar quinto grado, me cambiaron de turno.

Los motivos nunca quedaron claros, pero tampoco pregunté mucho. Estábamos viviendo en el Titanic, y asi como el mamarracho gigante se hundió sin saber muy bien por qué, asi fue que terminé en otro salón, con las lagañas pegadas, en el primer banco.

En el colegio al cual concurría, dicho cambio no era un tema menor. En una suerte de sociedad por castas, cada turno tenía su categoría, y a su vez, cada división también tenía su clasificación. Quinto grado A turno tarde era un poco más que Quinto grado B turno tarde y muchísimo más que Quinto grado B turno mañana. Más qué? no lo sé, pero no hace falta aclarar que lo mío venía de mal para pior, asi que sabrán donde fui a parar.

Era la nueva, tenía aparatos, pecas y el pelo cortíiiisimo en una época en que los chicos tenían flequillo Balá y las nenas dos colitas largas y rubias como las de Etelvina en Señorita Maestra.
No la pasaba nada bien. Trataba de pasar desapercibida, pero a la segunda clase de Ciencias Sociales se me ocurrió decir que estaba casi segura que ese rulo bien cuidado y las calzetas blancas que vestía Belgrano en el manual del alumno bonaerense, dejaban clarísimo que había sido gay y que por eso lo bancaba más que a ninguno de los próceres. Asi empezaron las visitas constantes a la Dirección, y ahi lo conocí a Sebastián.

Sebastián pegaba en el poste de ser albino. Tenía ojos de conejo y lo único oscuro en esa cara lechosa era un lunar debajo del ojo izquierdo. Era compañero mío, pero nunca lo había visto. Era la nueva, me tocaba el primer banco muy cerquita de la puerta y hasta ahi iba todos los días, sin despegar la vista de la punta del canadiense negro.

continuará