Mi amigo Martillo

Con Sebastián no cruzábamos palabras, sólo miradas durante esas horas muertas contando las venecitas que cubrían la pared justo entre la puerta de la dirección y la de la sala de maestras. De hecho creo que a los dos nos quedaron las napias medio chatas de estar asi, frente y napia contra la venecita celeste y fría.

Un fin de semana antes de las vacaciones de invierno, tuve mi primerainvitación a un cumpleaños. Era un compañero del grado que se ve que se apiadó e hizo la movida dejando una nota en el pupitre, dirección y hora, no más.

Ese sábado me levanté como siempre, preparé desayuno para tres, desperté a mi vieja y salimos en la bici para el cumpleaños. Eran de esas fiestas de todo el día, donde los viejos tiraban unos patys a la parrilla y te dejaban correr por toda la casa, siempre grande y con mucho parque. Lo único vedado eran los cuartos, último bastión de la infancia.

Ahi estaba yo, vaso de crush en mano, esperando mi turno para el pomo de mayonesa, cuando apareció Sebastián. Casi que no lo vi, fue un resplandor blanco que pasó a la carrera, pero el frío en la panza sí lo sentí. La crush helada mojaba la remera gris y hacía un batik justo a la altura del ombligo y que se iba extendiendo a las bermudas blancas.

Silencio, el resto de los chicos y chicas en ronda, el vaso de plástico feliz cumpleaños hecho percha en el pasto, y enfrente el demonio albino que empezó a reírse a carcajadas.

A las cuatro y media en el jardín de adelante, alcancé a decir, y salí derecho para el baño.

continuará