para warren que reclama

Esa misma noche una comitiva encabezada por la panadera se presentó en la pensión para darle el pésame. Pero la que abrió la puerta fue Nora, toda de encaje negro, para agradecerles el gesto y anunciarles que la muerta era la madre de crianza de Aldo y que este se encontraba indispuesto por lo que no iba a poder recibirlos.

Pasaron dos días de encierro, un colchón de hojas se acumulaba en la vereda de Aldo Peinados y el papel anunciando el cierre por duelo ya se había volado. Las romerías se retiraban del pueblo y el tiempo volvía al paso cansino de todos los días, cuando reapareció Aldo por la estación de tren.

De saco y corbata, los zapatos combinados en marrón y blanco, enceguecía hasta al señalero con el lustre de los gemelos. Llegó justo para el tren de las 10, que venía de buenos aires vía empalme tandil trayendo al turco dulce repleto de encargues y los diarios en inglés para brennan el cerrajero. Pero entre la nube de polvo que levantaban los changarines se recortó una figura chiquita de vestido a la rodilla, manos enguantadas y sombrero sin ala.

Aldo quedó duro en el lugar, los brazos tensos, la figura se acercó hasta casi pisarle la punta de los zapatos y ahi sí se perdieron en un abrazo. Ninguno de los curiosos que ya se arremolinaban en el andén llegó a ver el lagrimón huérfano que le quedó colgando de las pestañas pues se secó ligero con el revés del saco y anunció a quien lo quisiera escuchar

Llegó mi hermana Lina, y para quedarse

continuará