postal

Fiebre de sábado por la noche en el pantano. La avenida Huergo está libre, no se ve ni uno de los camiones que durante el día la recorren de punta a punta cargados de cajas metálicas enormes como piezas del rasti de Deus, cajas que probablemente traigan termos chinos contaminados de pcv (¿Cómo se les ocurrió fabricar termos a los chinos? ¿los usarán también o algún magnate habrá descubierto que al otro lado del mundo, hay unos 42 millones de personas que juntan agua caliente pero no tanto para luego verterla en otro recipiente relleno de un pasto verde grisáceo?) Si no son termos seguro tienen una nueva partida de cds vírgenes, en los que unos días después algún pibe de Caballito se grabará el último de ACDC que bajó de Taringa, ese sitio que es como La Salada virtual, donde todo vale nada.

Cruzo la Huergo entonces. Para que te ubiques, es una avenida encajonada por paredes de containers que son los monoblocks del plan de vivienda de la revolución productiva que supimos digerir. Mamuts grises que Le Corbusier y otros tantos entusiastas del orden y el progreso idearon como paradigmas de la vivienda comunitaria moderna, para que terminaran siendo conventillos desangelados de concreto, iguales acá que en Don Orione o en París, ranchos de hormigón que ni siquiera dejan soñar en colores.

Rajo de esa ruta que presiento lleva derecho al infierno, y trato que las luces del Madero ganado a los fantasmas de los gringos que venían tras la América no me encandilen. Las grúas que supieron de tiempos de changarines de torsos duros cortados a cincel y silos repletos, son ahora mudas testigos de la patria servicial, atenta al cliente vía gestión de calidad, normas ISO 14 mil. Cruzo el canal pisando fuerte para espantar a las ratas que salieron de ronda a juntar las migas de la fiesta, con sus ojos esquivos me pasan la contraseña: sobreviven porque no resisten, laissez faire.

continuará